Cuando somos pequeños nadie nos dice que un día la vida se complica y se pone patas arriba. Que un día el dolor llamará a tu puerta y se quedará ahí contigo, acompañándote, a veces por momentos, otras durante un largo tiempo. Nadie nos dijo qué hacer, nadie nos preparó para ello.
Y nadie nos dijo cómo hacerlo, porque no sabían cómo, ¡fuera culpa! Lo hicieron lo mejor que pudieron, lo hicieron como sabían, cómo pudieron.
Reconoce y acompaña tu vulnerabilidad
Nadie nos dijo qué hacer, muy al contrario, nos dijeron que teníamos que “ser fuerte”, pero se les olvido decirnos que ser fuerte es reconocer que algo nos duele, que ser fuerte es acercarnos a nuestra vulnerabilidad, a esa parte que sufre y pedir ayuda.
Nos dijeron que “tenemos que poder con todo”, pero no nos dijeron cómo hacerlo, no nos dijeron que poder con todo no es soportar y aguantar lo que venga, sino acompañar lo que se presenta.
Valida tu dolor y enseña a los otros como hacerlo.
Nos callaron el llanto, la queja con un “tranquila, ya pasara”, “seguro que no es para tanto”, “que delicada eres, todo te afecta” nos hicieron creer que exagerábamos, que quizás nuestro dolor no era para tanto, aun cuando el dolor era tan grande que te paralizaba.
Nadie nos dijo “llora, llora tranquila”, “es normal que estés así con el dolor que estás sintiendo”, “estoy aquí para lo que necesites”. Nadie nos validó nuestro dolor, ni nos dijo cómo hacerlo. Y así comenzamos a alejarnos de él, a sentirnos culpable, avergonzándonos por el dolor que estamos sintiendo.
Nadie nos dijo que validar nuestro dolor se experimenta como un cobijo interno, como quien te arropa en el llanto, te sostiene en la caída y te cobija en la intemperie.
Toma consciencia de tu dolor y acércate a él
Nadie nos dijo que hacer cuando el dolor llama a tu puerta, nadie se sentó contigo a escucharte, a llorar junto a ti. Así fuimos aprendiendo que lo mejor era no hablar de ello, distraerte para no sentir, huir, desconectado así de ti, de lo que necesitas, de tu cuerpo.
Nadie nos dijo que el dolor te necesita, que al igual que tú, necesita que lo escuches, que lo atiendas, que estés a su lado y acompañes su llanto. Acércate a tu cuerpo, escúchalo, conecta con él y escúchalo. Escucha las partes de tu cuerpo que sufren, las que sienten incomodidad, las que más te necesitan. Acércate a ti, a tu cuerpo y pregúntale ¿qué necesita?
Que el dolor te indique el rumbo de tu vida
Cuando el dolor llega nos dicen que “tenemos que seguir”, “que eso es el éxito”, alcanzar lo que nos habíamos propuesto. Y así llega la pena y el fracaso, cuando no puedes con ello, cuando no puedes seguir con la vida que tenías planeada, con todas tus expectativas.
Pues nadie nos dijo que la vida cambia, que cambia constantemente, al igual que nosotros, que vamos cambiando junto a la vida, junto a los acontecimientos que nos tocan vivir. Que el dolor es un factor más que nos indica hacia dónde dirigir nuestra vida. Que quizás nuestro éxito no es seguir por ahí, no era lo que me había propuesto, quizás mi éxito sea otro, porque yo, ya soy otro. Quizás mi éxito sea el que más se ajuste a mí, a mi forma de entender la vida, al modo de vida que ahora necesito.
Cuando los demás no sepan cómo hacerlo, enséñaselo tú.
Y así hoy, quizás pueda ser yo, quizás puedas ser tú el que diga cómo hacerlo. El que diga que soy fuerte cuando tomo consciencia del dolor que estoy sintiendo, cuando lo reconozco y me acerco a él. Quizás puedas ser tú el que diga que poder con todo no es soportar, es no salir corriendo cuando el dolor llega, poder con todo es acompañarlo, darle espacio y aportarte lo que realmente necesitas. Quizás puedas ser tú el que suelte la culpa y el que le diga a los demás lo que necesitas y cómo pueden ayudarte. Y quizás así les enseñes cómo validar tu dolor, cómo validar su dolor.
0 comentarios